
Abrazaba su cuerpo mate encontrándose en cada surco de los pliegues carnales, escurriéndose en el óxido de sus caderas, moldeando como cantos las rodillas, jugando en remolino por los desabridos dedos de los pies hasta estancarse parte en el ombligo.
La espuma la cubría dejando ver algo más que blanco. Su cabello enredado en sí se hallaba de nuevo, recreando todo un contorno ondulante de líneas, curvas y escombros.
La bañera era blanca, brillante y el grifo lacado en oro retomaba el adefesio de las sombras, salpicado de vapor escurría el agua en forma de goteo.
La mano asomaba por el alfeizar, los dedos apulgarados sujetaban un cigarro manchado de carmín y un humo negro se mezclaba con el aroma de unas velas sacramentales expuestas al difuso espejo chorreante de calor.