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Los primeros aires templados que traían las cabañuelas de Agosto, hicieron que la junta pastoril y ganadera de la vega, apostara por sacar el rebaño un poco antes de las siete y media.
Cada miembro de la junta tenía adjudicado un territorio. Si era verdad que al ser sólo cuatro, se atribuía a cada uno un punto cardinal con derecho a control absoluto. La única condición era la de no vallar la zona ni prohibir la libre circulación de viandantes pertenecientes a la comarca.
Todo se resumía en el siguiente lema:
“En la selva el león, en el agua el tiburón, en el cielo el halcón, y aquí en la vega (oeste) las ovejas de mi rebaño mandan todo el año”
Venancio ansiaba la llegada de esas tardes que oscilaban entre el frío y el calor para guiar a su tropilla lanera (durante una hora más a lo que venía acostumbrado) hacia el camino dorado, que en la jerga de los pastores era el terreno que yacía como estela iluminada por los rayos crepusculares ya avanzada la tarde, y ese año le había tocado al él.
Pues bien, era ese camino dorado, un camino rico en nuevos brotes de hierba, lo suficientemente nutritivos para sus ovejas...
1 comentario:
Me gusta el camino de la puesta de sol.
Ese, el de Hoz, con sus brujas ganaderas en los cuatro correspondientes puntos cardinales...
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